martes, 13 de diciembre de 2011

HACEMOS LO QUE VEMOS NO LO QUE ESCUCHAMOS

A la hora de analizar nuestro modo de aprender, tenemos que evaluar varios factores a tener en cuenta, pues recibir una información  visual o auditiva no quiere decir  que ésta sea  asimilada o  entendida. Cuando estamos viendo algo, las imágenes nos hacen testigos de una situación y éstas pueden o no quedarse  grabadas en nuestra memoria visual. Todo  depende de la atención,  interés y necesidad que tengamos en dicha información. Cuando escuchamos algo, elegimos las informaciones que nos interesan de  manera que hacemos una selección de lo que es pertinente o no  ser grabado.
Lo que está claro es que la información que nos llega  tanto a través de los estímulos visuales como de los auditivos,  terminará en el lóbulo temporal,  que es la parte del encéfalo que procesa la memoria.
Hace unos años participé en una investigación en el Departamento de Neurología de la Universidad de California en la que el objeto de estudio eran los efectos de las informaciones  recibidas  de manera auditiva y visual. Hicimos un experimento práctico con personas que practicaban actividad física.
Se trataba de una clase colectiva de tonificación muscular donde no había coreografías,  solo ejercicios, y en la que los alumnos ya conocían  los movimientos básicos de esa clase. Indicamos  a los monitores que  les explicaran estos mismos  ejercicios antes de ser realizados. Una vez terminada la explicación, tenían que proceder a su ejecución colectiva. Sin embargo, la instrucción para los monitores era hacer en la práctica una clase dirigida totalmente diferente de lo que había sido explicado a los alumnos, utilizando movimientos distintos que éstos no conocían. Los monitores tenían que hacer la clase conjuntamente con los alumnos.
Durante la primera  semana que duró esta parte del experimento, los protocolos fueron los mismos. Por parte de los alumnos no se planteó ninguna pregunta, además de que seguían disfrutando de la clase igual que antes como si nada hubiera pasado.
En la semana siguiente el reto cambió. Los profesores explicaban a los alumnos los ejercicios  y  acto seguido se dedicaban a su práctica, pero esta vez haciendo  lo mismo que habían  explicado y además los monitores no les acompañaba ni siquiera para empezarlos, solo intervenían en el momento de los cambios de ejercicios. Los alumnos tenían que hacer la clase solos.
 Muchos de ellos  paraban en la mitad del ejercicio y tenían que ser animados por el profesor a continuar el trabajo, otros paraban para preguntar si lo hacían bien, otros estaban constantemente en tensión por si cambiaba la pierna que se trabajaba. Eso sí, de manera unánime y sin previa comunicación entre ellos, toda la clase pasó a observar a uno de los alumnos y a utilizarlo como referencia. Era la alumna más aventajada del grupo,  la que nunca faltaba a las clases. Era la persona a la que la profesora siempre utilizaba como ejemplo de todas las explicaciones.  Esta alumna pasó  sin quererlo a ejercer un  liderazgo de emergencia en este momento.
En definitiva, la segunda parte del experimento generó una tremenda inseguridad en el grupo, lo que nos hizo comprobar que los alumnos hacen lo que ven no lo que escuchan.
Después de estos resultados, nos hemos  dedicado a analizar  el porqué de dicha reacción por parte del grupo.
En actividades grupales donde existe una línea  a  seguir,  las personas necesitan de un direccionamiento que les determine un patrón de comportamiento. Dicho patrón debe  facilitar al máximo las informaciones que son  emitidas  al grupo  para que la asimilación  sea   más rápida.  Tratándose de actividad física, el aprendizaje  a través del movimiento es tremendamente más rápido y dinámico que a través de la explicación verbal, aunque esta última también sea importante. Todo movimiento es una información visual, y el hombre piensa básicamente en imágenes. Por otra parte cuando nos están  explicando  algo, nuestro cerebro va traduciendo a imágenes esa información para poder procesarla.   
Por otro lado, las personas siempre necesitamos una referencia, y  tratándose de  una clase de gimnasia colectiva, existe la preocupación de estar dentro del grupo, de no ser diferente, de no desentonar, además de seguir el entrenamiento. En la primera parte de este experimento el profesor era el líder y la referencia a la vez.
En la segunda parte del experimento las informaciones no eran visuales, sino teóricas. Por otra parte, estos alumnos ya conocían el trabajo que debían hacer  y  en teoría no deberían  tener ningún problema para el desarrollo de la actividad solicitada, pero aún así de una manera inconsciente buscaron  un líder  que  les ayudase a cumplir  la tarea asignada.
En el proceso de aprendizaje, el imitar es  parte de la condición humana.  En los primeros años de vida utilizamos este patrón de comportamiento y a medida que nuestro cerebro se desarrolla, aprendemos a utilizar más patrones. Durante el proceso de aprendizaje, el lóbulo temporal se encarga de memorizar los estímulos visuales y auditivos que recibimos, y el córtex pre frontal se encarga de predecir cuándo esa información será necesitada.
El aprendizaje por imitación es el método básico que se utiliza en la enseñanza de coreografías.
Este  aprendizaje va asociado además  a la habilidad desarrollada por el sujeto. Si nos referimos a una clase de gimnasio, existirá un tiempo predeterminado para que se materialice dicha coreografía. Normalmente ese tiempo es de 60 minutos, que es la duración de una clase de ese tipo salvo excepciones. Se asocia la música a los movimientos, lo que facilita bastante el aprendizaje  pues la música además de ser el elemento  principal para que exista una coreografía, es capaz de hacer liberar emociones. 
En una coreografía las progresiones didácticas son de extremada importancia, pues es la herramienta que utilizan los profesores para que sea  más fácil y rápida la  enseñanza  para los alumnos. Se van añadiendo pasos de una manera didáctica para que los participantes vayan asimilando  los movimientos.
Evidentemente la asimilación de los movimientos será más fácil para unos que para otros, dependiendo de su habilidad, de su experiencia y de su interés.
Una vez terminada la clase y pasadas algunas horas,  muchos de estos alumnos no se acordarán de la coreografía en su totalidad; otros se acordarán de por vida.  Pero lo que sí está claro es que cada vez que estos alumnos escuchen la música de la coreografía  en la radio, se acordarán de la clase en cuestión, aunque  eso no quiere decir que se acuerden de los movimientos.
En estos casos en concreto, hablo de memoria selectiva. Hay personas que buscan las clases de baile porque les gusta  bailar, hay otras que quieren desconectar del estrés de su trabajo, otras que les gustaría tener un poco más de soltura pero tienen  claro  que  nunca subirán en un escenario, otras que se apuntan a esa clase de actividad porque sus amigos asisten. De todos estos ejemplos, los que seguramente nunca se olvidarán de las coreografías aprendidas en cada sesión son los del primer caso.
Elegimos para almacenar en nuestro banco de datos lo que verdaderamente nos interesa. No importa si recibimos la información por vía auditiva o visual, si la información es pertinente a nuestro interés, la guardaremos, y puede que no la olvidemos de por vida.  
Si hablamos  de un trabajo coreográfico a nivel de espectáculo, el enfoque puede cambiar, pero no el objetivo final.
Me acuerdo de mis tiempos como coreógrafo en los que utilizaba varias herramientas para el aprendizaje de las combinaciones de movimientos. Cuando empezaba una nueva coreografía, después de haberla enseñado a mis bailarines, desarrollaba con ellos un  trabajo de memorización de la misma. Éste consistía en escuchar la música  que utilizaríamos  repasando la coreografía en la cabeza, pero sentados y  sin ninguna clase de movimientos. Es una técnica de visualización inducida  muy útil para memorizar los movimientos y sincronizarlos con la música. Lo hacíamos una y otra vez hasta que todos los participantes de dicha coreografía tuviesen  los movimientos grabados en la cabeza. En este caso  utilizaba con ellos  un protocolo de imitación,  repetición y sincronización (movimiento / música). 
Cuando se aprende una coreografía, los sentidos auditivo y visual deben   estar en plena sincronía. Mientras se aprende  se recibe una cantidad inaudita de estímulos, pues el cerebro debe de descodificar cada movimiento que está siendo enseñado. Al mismo tiempo que existirá una música que será combinada con esa coreografía y sincronizada con los movimientos de todos los participantes. El encéfalo recibe estos estímulos que son analizados por el hipotálamo (sensaciones),  lóbulo occiptal (visión), lóbulo  parietal (visión y distancias), lóbulo frontal (músculos) y finalmente el lóbulo  temporal (memoria). Una vez procesada la información, ésta será enviada al cerebelo y éste la enviará al tronco del encéfalo, que a su vez devolverá estos estímulos a la médula y de ahí a los músculos, produciendo el movimiento.
Bailar es un extraordinario estímulo neuromuscular, al que además a través de la música se añade un estímulo auditivo.
Hemos tardado dos meses para preparar esta coreografía (movimiento / memoria / música / sincronización)

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