El oído está dividido en tres partes: el oído externo, el medio y el interno. Cada departamento tiene sus propias funciones dentro de un proceso que convierte las ondas de sonido en impulsos nerviosos, los cuales se transmiten luego al cerebro. El oído externo consta de dos partes: el pabellón y el canal auditivo externo. Esta parte del oído recoge y canaliza los sonidos.
El oído medio, o cavidad timpánica, es una pequeña cavidad formada en el hueso temporal y es un intermediario en el procesamiento de la energía acústica. Es el responsable de aumentar la intensidad de las ondas de sonido que entran y de convertirlas en vibraciones mecánicas que pueden viajar fácilmente por el oído interno. Presenta dos partes: un hueso y su correspondiente membrana. Ambas tienen una forma complicada, por lo cual se las denomina laberintos. Cada laberinto tiene tres partes: el vestíbulo, el canal semicircular y la cóclea. El oído interno contiene las células receptoras, las cuales reciben vibraciones mecánicas y las envían al cerebro. Conviene que estas vibraciones no sean exageradamente intensas, al mismo tiempo que deben ser recibidas de una manera equilibrada para que puedan ser enviadas al cerebro de una forma ordenada.
Hay personas que son excesivamente sensibles al sonido, y en consecuencia tendrán una mayor distorsión en la recepción del mismo si éste se presenta en una altura exagerada. Por ese motivo algunos alumnos tal vez tengan dificultad para aprender las coreografías planteadas en el aula. No os culpéis, pues quizás el causante de ésta situación es el volumen de las músicas en vuestras clases.
El oído interno contiene el nervio auditivo que llega hasta el cerebro. Cuando el sonido es demasiado intenso, éste empieza a matar las células nerviosas del oído interno. Cuanto mayor el tiempo de exposición a esa alta intensidad, mayor la cantidad de células que mueren. Y a medida que las terminaciones nerviosas son destruidas, lo mismo ocurre con la audición.
En el caso de las clases de los gimnasios, la poca información respecto a los oídos hace que los profesores (monitores) actúen de una manera equivocada. Subir el volumen de la música para dar más emoción a la clase en un primer momento parecerá emocionante, pero en realidad no es así. Cuando los alumnos están en medio de una clase, que se supone ser el momento álgido de la sesión por la intensidad de los ejercicios, el organismo libera una tremenda cantidad de sustancias químicas como las endorfinas, la serotonina, adrenalina, etc., y esto hace que el cuerpo esté aun más suspicaz a las informaciones que recibe y emite. Con la liberación de la adrenalina el oído se vuelve más sensible y receptivo a los estímulos del entorno. Por ese motivo la música excesivamente alta puede alterar las respuestas neuroperceptivas dentro del entrenamiento. En otras palabras, el ruido puede dificultar al cerebro el proceso de reconocimiento, asimilación y respuesta a los movimientos coreografiados de una clase y su pertinente equilibrio muscular.
En el caso de las clases de los gimnasios, la poca información respecto a los oídos hace que los profesores (monitores) actúen de una manera equivocada. Subir el volumen de la música para dar más emoción a la clase en un primer momento parecerá emocionante, pero en realidad no es así. Cuando los alumnos están en medio de una clase, que se supone ser el momento álgido de la sesión por la intensidad de los ejercicios, el organismo libera una tremenda cantidad de sustancias químicas como las endorfinas, la serotonina, adrenalina, etc., y esto hace que el cuerpo esté aun más suspicaz a las informaciones que recibe y emite. Con la liberación de la adrenalina el oído se vuelve más sensible y receptivo a los estímulos del entorno. Por ese motivo la música excesivamente alta puede alterar las respuestas neuroperceptivas dentro del entrenamiento. En otras palabras, el ruido puede dificultar al cerebro el proceso de reconocimiento, asimilación y respuesta a los movimientos coreografiados de una clase y su pertinente equilibrio muscular.
He sido profesor en gimnasios durante muchos años y sé lo que se siente al estar delante de un numeroso grupo de personas para impartir una clase. Es una sensación realmente apasionante, pero esta situación debe estar controlada, equilibrada y en ningún momento corresponde olvidar que los alumnos son los protagonistas de esa película. Su salud es lo más importante en todos los sentidos.
Hasta hace muy poco tiempo no se utilizaban los efectivos micrófonos que hoy poseen la mayoría de los gimnasios. Antes los profesores tenían que gritar utilizando un volumen de voz que superase el potente sonido de los altavoces. Esto era doblemente grave, pues ponían en peligro el oído de los alumnos, y al mismo tiempo era altamente pernicioso para sus cuerdas vocales.
Mismo en los días de hoy pienso que los profesionales que se dedican a dar clases o a hablar en público deberían hacer por lo menos alguna clase de canto o visitar un logopeda por una sencilla razón: aprender a usar su voz fomentando la utilización de las distintas cuerdas vocales con el objetivo de evitar los callos en las mismas. Estos micrófonos también tienen su lado negativo, ya que muchos monitores siguen trabajando con una altura de sonido inverosímil, y cuando hablan, el sonido de su voz se hace aún más fuerte que el de la música. De una manera consciente, la mayor parte de los alumnos no nota lo incómodo que resulta la polución auditiva existente en algunas aulas debido a la excitación momentánea que sienten. Hay algunos casos en que los propios alumnos piden al profesor que suba el volumen de su música, sin embargo estos profesionales no pueden restar atención a los factores de seguridad en los trabajos que realizan en grupos, sobretodo en situaciones similares.
La música es uno de los factores más importantes en los trabajos de clases dirigidas. Una buena música que esté en consonancia con una coreografía impactante, propiciará al alumno un disfrute muy placentero, pero hemos de mantener la cordura en todos los momentos, principalmente con respecto a los aspectos auditivos.
En España 1,5 millones de personas sufren de ruidos constantes en el oído, los acúfenos. El 80% son jóvenes entre 10 y 35 años y sigue en aumento. En los días de hoy los casos más graves de esa enfermedad no tienen curación.
En los Estados Unidos uno de cada cinco jóvenes sufre de problemas auditivos ocasionados con toda probabilidad por escuchar música a un volumen muy elevado, de manera habitual y por períodos prolongados.
El oído hace parte de nuestros órganos sensoriales, es una pieza fundamental de nuestro cuerpo y debido a las importantes funciones que faculta, deberíamos cuidarle con más prudencia.
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