Esta es una de las sensaciones raras que a menudo tenemos cuando nos
pasa algo que no esperamos. Cuando nos asustamos nuestro cuerpo experimenta
sensaciones muy distintas a las normales, dentro de un estado fisiológico equilibrado
y controlado. Estas sensaciones no nos dejan un “buen sabor de boca” pues, al
asustarnos, nuestro estado de equilibrio
se altera de una manera muy importante. Asustarse es parte de la idiosincrasia
de la vida humana, pero no es algo agradable, pues es un desencadenante de
sensaciones negativas que pasan factura al organismo de una forma muy
expresiva. El susto es una reacción de alarma y es una respuesta del cerebro a
un estimulo inesperado, que a su vez cambia momentáneamente el metabolismo de
una manera muy drástica.
Siempre que nos asustamos, ya sea un susto pequeño o un gran susto, nunca esperamos tal
acontecimiento y, cuando ocurre, nuestro organismo reacciona inmediatamente
debido a dicho estimulo y a la reacción del cerebro ante el mismo.
En la naturaleza humana, los sentidos juegan un papel muy
importante. Los ojos, además de guiar a las personas que no son
invidentes, participan de una manera fundamental en la prevención de esta clase
de estímulo.
De todos los sentidos, la vista suele considerarse el más importante. Según se ha estimado, el 80% de la información
que percibimos llega al cerebro a través de los ojos. Éstos transmiten
constantes corrientes de imágenes al cerebro gracias a señales eléctricas y
reciben información de los rayos de luz. La información por medio de imágenes ocurre de una manera
extremadamente rápida. Al recibir los datos a través de la visión, el cerebro los clasifica, los
distingue y proporciona las debidas respuestas.
Cuando una persona se asusta, muchas veces al no tener
una visión clara de lo que va ocurrir, el cerebro asume una posición de defensa
y, por no saber de dónde viene ni tampoco el grado del peligro que se acerca, colapsa el sistema en función de la
intensidad del estímulo recibido. Por este motivo, las respuestas
neuromusculares ante un susto son incontrolables y muy adversas, y las reacciones ocurren según la personalidad
de cada individuo: algunos se paralizan,
otros actúan con agresividad, otros gritan,
otros huyen; pero independiente
de la reacción que uno pueda tener frente a un susto, la primera respuesta neurofisiológica
es quedarse paralizado con el fin de
descodificar la acción que se presenta.
El cerebro necesita identificar qué clase y de dónde proviene el
peligro, pero mientras esto no ocurre mantendrá
el cuerpo en estado de máxima alerta y, como el susto siempre viene por sorpresa, en
un principio el cerebro no será capaz de identificar la naturaleza del estímulo y hasta que esto pase
por medio de la visión y la identificación de imágenes, lo cual se produce en un cortísimo espacio de tiempo, no seremos
capaces de recuperar la tranquilidad y el equilibrio fisiológico y psicológico;
en
consecuencia se liberará la ACTH y nos estresaremos. Al asustarnos, la
recuperación muscular se produce de una manera rápida, pero la fisiológica
tarda más tiempo, y eso lo notamos en el aumento de la frecuencia cardíaca y,
en consecuencia, del flujo sanguíneo y los latidos del corazón. En casos
exagerados, denominamos estas reacciones como hyperexplexia.
Cuando notamos que un estímulo externo puede afectar a
nuestra seguridad, se ponen en marcha nuestras alarmas fisiológicas. Si el cerebro percibe un peligro
potencial, activa ciertas zonas como el sistema límbico. El hipotálamo da la
información a la hipófisis o glándula pituitaria para que sea liberada la hormona
ACTH (la hormona del estrés) y ésta estimula la liberación de cortisol, que es
la hormona que prepara el organismo para la reacción del miedo.
El hipotálamo transmite la amenaza a la amígdala, ésta coordina las reacciones psicológicas y
fisiológicas, y la corteza cerebral conecta la memoria. El pelo se eriza (“piel
de gallina”), la piel empalidece, pues la sangre se retira de esa zona, y la sudoración aumenta. Las pupilas se dilatan
y el nervio óptico envía el aviso al tálamo. El tálamo envía las sensaciones de
miedo a la corteza cerebral, el hipotálamo induce la síntesis de ACTH y de los
neurotransmisores. La hipófisis estimula la secreción de las glándulas suprarrenales. Los bronquios se expanden, los
músculos de los brazos se tensan y el corazón se acelera.
El hígado refuerza sus niveles de azúcar y el páncreas reduce su
producción de insulina. Las glándulas suprarrenales liberan la hormona del
estrés, la ACTH. El intestino se contrae provocando en muchos casos la
defecación. Los músculos de las piernas se tensan, y los órganos sexuales dejan
de producir hormonas. (1)
Cuando nos asustamos, también se fomentada la sensación de miedo, pero
con la diferencia de que no vemos de dónde viene el estímulo, y tampoco lo
identificamos en el momento de la acción, así
que la primera respuesta que nuestro cerebro experimenta es la del
colapso. Las personas que entrenan físicamente presentan una mejor respuesta
frente a este tipo de estímulos, pues con la práctica de la actividad física
son estimulados varios neurotransmisores que sirven para inhibir la liberación del
cortisol (hormona del estrés), por ese motivo estas personas normalmente
presentan un comportamiento más favorable frente a tal estímulo.
1. El ejercicio físico y el estrés ocasionado por el miedo
Ahora también
podréis seguir mis publicaciones visitando mi página de Facebook “Prof.Dr.Sergio Simphronio” o en Twitter.
CONSULTE LA WEB DE SIMPH MEDICAL FITNESS INSTITUTE
CONSULTE LA WEB DE SIMPH MEDICAL FITNESS INSTITUTE