miércoles, 2 de enero de 2013

NEUROFISIOLOGIA DEPORTIVA: AL LIMITE DEL CUERPO HUMANO

El cuerpo humano es una máquina muy especial y,  cada día que pasa, las investigaciones  avanzan con el objetivo de conocer  más respecto a este ordenador  tan increíble que tenemos. El cerebro desarrolla funciones inimaginables. Si enfocamos el tema hacia el deporte o la actividad física, nos sorprenderíamos de la enorme actividad de este importante órgano: lo que llama la atención no es solo la inmensa cantidad de trabajo que realiza nuestro cerebro durante el día, sino que además de controlar todo el cuerpo, lo hace con cálculos milimétricos y con una tremenda exactitud. Para que esto ocurra de una manera  óptima, es necesario que se dé un factor de extremada relevancia en todo el proceso: la existencia de energía. En la presencia de un gasto energético muy prolongado y en ausencia de reposición del  mismo, el cerebro busca alternativas muy interesantes para mantener el cuerpo en funcionamiento. Enfocaré este artículo hacia tres casos específicos  y diferentes: los maratonistas,  los nadadores de largas travesías y  las personas que no son atletas o que no practican actividad física y que, en dado momento de su vida, se quedaron privadas de alimentos  por un largo espacio de tiempo. 
En el caso de los nadadores de travesía de larga duración, éstos tienen que mantener el cuerpo en funcionamiento durante extensos periodos, y eso requiere una interesante habilidad  que tenemos: es una fuerza oculta que nos proporciona la posibilidad de mantenernos  activos de manera ininterrumpida  durante  largos periodos de tiempo, cosa que requiere un importante entrenamiento junto con una dieta adecuada.  La mayor parte del combustible que utilizan las personas que se dedican a nadar varios kilómetros de manera continuada, en las largas  travesías, es la grasa, y también  proviene de la dieta que consumen. Muchos de los nadadores de travesía llegan a ganar de 7 a 10 kilos de grasa previos al desafío, pues son capaces de gastar esa misma cantidad en una sola travesía. También hemos de recordar que, en algunas ocasiones, la temperatura del agua en la que nadan es muy baja. Muchas veces el aspecto de estos atletas antes de las travesías  es grotesco y no se parecen en absoluto a un atleta de alto nivel, pero tanto su preparación como la dieta que utilizan es de lo más inteligente. En estos casos las células adiposas se incorporan a los brazos, pecho y estómago. En realidad están  muy bien preparados  y son más atléticos de lo que aparentan a primera vista.
Nuestros antepasados inconscientemente utilizaban la misma estrategia, pues tenían la grasa como una forma de almacenar  energía. Los hombres primitivos estaban siempre  activos y compensaban su ingesta de comida con una  frenética actividad: la caza. En el caso de las travesías, su éxito depende de la manera  que el nadador tiene de emplear las reservas de su cuerpo. Al principio los hidratos de carbono de la última  comida del atleta,  almacenados en el hígado y en los músculos, se trasforman rápidamente en glucosa, y ésta en seguida se combina con el oxígeno para impulsarle. Durante la travesía sus músculos  pueden llegar a quemar hasta 3000 calorías por hora, que es el mismo aporte calórico que proporcionan tres hamburguesas grandes. Tras cinco kilómetros nadando, la glucosa de rápido acceso empieza a escasear, y se produce lo que llamamos “crisis de combustible”. Es un punto crítico que muchos atletas conocen como “el muro”. En el caso  de los corredores de Maratón, este es uno de los momentos más temidos. De media, una persona  dispone de dos o tres horas de energía. Una vez terminada esa energía, se produce  lo que llaman “estrellarse contra el muro”, que es una mezcla de agotamiento físico y angustia mental, una sensación de sentirse acabado física y psicológicamente.
El cerebro detecta los bajos niveles de azúcar en sangre y nos hace sentir mal y  a punto de rendirnos pero, para seguir adelante, el cerebro recurre a otra fuente de energía y para conseguirla el cuerpo hace algo sorprendente: empieza a alimentarse de su propia grasa. En la mayoría de nosotros las células adiposas no se crean, tampoco se destruyen, se limitan a encoger o a hincharse en función de la cantidad de grasa que almacenamos. Al terminar la glucosa recurrimos a la  reserva de energía de las células adiposas, pero la grasa tarda más en ser procesada que los hidratos de carbono y a veces ese lapso  en el abastecimiento frena a los corredores en seco. Los corredores mejor entrenados pasan tan a menudo por ese proceso que están acostumbrados a lidiar con el cambio de fuente de combustible, y eso les permite atravesar “el muro” rumbo a la meta.
En el caso de los nadadores de travesía, éstos también tienen que cambiar de fuente de aprovisionamiento y empezar a consumir su propia grasa. Las capas de grasa extra pueden añadir 60.000 calorías a su tanque de combustible,  eso rebasaría en muchas veces la energía de la glucosa utilizada  por  su hígado y sus músculos cuando entraron en el agua. Transformar la grasa en combustible requiere un aporte extra de energía y es muy  agotador para los pulmones. Este arranque de energía puede propulsar a un nadador a lo largo de 19 km. en las próximas 6 horas. Para superar la travesía, éste  tendrá que seguir suministrando combustible a sus músculos por un largo espacio de tiempo. La verdad es que todos tenemos un cuerpo diseñado como el de los nadadores o el de los corredores, lo que ocurre es que ellos educaron sus cuerpos a base de ejercicio físico.  Los nadadores en concreto basan su entrenamiento en mejorar el rendimiento de su corazón.                   
Las funciones  anatómicas que tenemos son iguales, lo que cambia es la preparación que damos a nuestro cuerpo. Muchos centran su entrenamiento en mejorar su capacidad aeróbica. Una persona media tiene una capacidad cardiaca de 5 litros por minuto;  con el debido entrenamiento, ese individuo puede llegar a expulsar hasta 35 litros y, cuanta más sangre expulse, más oxígeno suministrará al cuerpo.  A cada minuto que pasa, después de estar 12 horas nadando sin parar, el nadador llegará a bombear 7 veces más sangre que una persona con vida normal. Una travesía de 30 km. puede costar al nadador más de 6 kg.  de grasa corporal, y podrá perderlo en un día.  
Si nos enfocamos en  las funciones neurofisiológicas  de  las personas que no se dedican al deporte de alto nivel, es verdaderamente difícil  predecir cuáles son los limites de esa máquina  tan maravillosa de la que somos poseedores. Es cierto que cada uno de nosotros la cuidamos de una manera totalmente diferente y,  según las atenciones  que le demos, tendremos un mejor o peor rendimiento en sus funciones.  Al disfrutar de buena salud, nuestro cuerpo puede sorprendernos con las   reacciones  fisiológicas y las respuestas musculares  que nos proporciona, y eso va de acuerdo con  las circunstancias en las que nos encontremos.
En situaciones extremas, al estar privados de alimento por un largo periodo de tiempo, el cerebro  humano nos proporciona salidas reamente inusitadas. En estos casos, la línea que traza la supervivencia de una persona depende de  su condición física y su dieta. Como un ejemplo, las personas que se pierden por las montañas  haciendo  senderismo. En muchos de los casos, estas personas pueden quedarse desaparecidas durante días, semanas e incluso meses  hasta que son  encontradas y rescatadas. Cuanto más  tiempo  tarden para encontrar ayuda, mayores serán los riesgos, y uno de los principales y más importantes, es  la de la falta de agua y de comida.
 Mientras exista agua y alimento, la persona conseguirá  seguir  orientada y continuará  buscando soluciones para resolver su problema, pero en el momento en que la comida y la agua se escaseen, el cuerpo deberá seguir quemando calorías, y podrá hacerlo  hasta el momento en que consuma  la mitad de sus células musculares; es decir, ante la inexistencia de  ingesta calórica, el cuerpo empezará a comerse a sí mismo. Llegando a este punto, el cerebro estará hambriento de energía y, cuando eso pasa, ese cerebro será capaz incluso de quemar el músculo cardiaco para seguir  adelante. Enviará  un orden para que se empiece a consumir (literalmente) las proteínas del cuerpo  para producir el azúcar que ese cerebro y los glóbulos rojos necesitan para sobrevivir. Hay un caso muy famoso de un espeleólogo francés que había  quedado atrapado en una caverna. Estuvo 35 días encerrado sin agua ni comida. Fue  encontrado por un equipo de rescate a tan solo 180 metros de la salida de la cueva. Perdió más de 18 kilos de grasa y músculo, pero estaba vivo.

Nuestro cerebro siempre encontrará la manera de mantenernos con vida.
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