miércoles, 30 de enero de 2013

¿QUE OCURRE CUANDO NOS ASUSTAMOS?


Esta es una de las sensaciones raras que a menudo tenemos cuando nos pasa algo que no esperamos. Cuando nos asustamos nuestro cuerpo experimenta sensaciones muy distintas a las normales, dentro de un estado fisiológico equilibrado y controlado. Estas sensaciones no nos dejan un “buen sabor de boca” pues, al asustarnos,  nuestro estado de equilibrio se altera de una manera muy importante. Asustarse es parte de la idiosincrasia de la vida humana, pero no es algo agradable, pues es un desencadenante de sensaciones negativas que pasan factura al organismo de una forma muy expresiva. El susto es una reacción de alarma y es una respuesta del cerebro a un estimulo inesperado, que a su vez cambia momentáneamente el metabolismo de una manera muy drástica.
Siempre que nos asustamos, ya sea un susto pequeño o  un gran susto, nunca esperamos tal acontecimiento y, cuando ocurre, nuestro organismo reacciona inmediatamente debido a dicho estimulo y a la reacción del cerebro ante el mismo.
En la naturaleza humana, los sentidos juegan un papel muy importante. Los ojos, además de guiar a las personas que no son invidentes, participan de una manera fundamental en la prevención de esta clase de estímulo.
De todos los sentidos, la vista suele considerarse el más importante.  Según se ha estimado, el 80% de la información que percibimos llega al cerebro a través de los ojos. Éstos transmiten constantes corrientes de imágenes al cerebro gracias a señales eléctricas y reciben información de los rayos de luz. La información  por medio de imágenes ocurre de una manera extremadamente rápida. Al recibir los datos a través  de la visión, el cerebro los clasifica, los distingue y proporciona las debidas respuestas.
Cuando una persona se asusta, muchas veces  al  no tener una visión clara de lo que va ocurrir, el cerebro asume una posición de defensa y, por no saber de dónde viene ni tampoco el grado del peligro que se acerca, colapsa el sistema en función de la intensidad del estímulo recibido. Por este motivo, las respuestas neuromusculares ante un susto son incontrolables y  muy adversas,  y las reacciones ocurren según la personalidad de cada individuo: algunos  se paralizan, otros actúan con agresividad, otros gritan,  otros huyen;  pero independiente de la reacción que uno pueda tener frente a un susto, la primera respuesta neurofisiológica  es quedarse paralizado con el fin de descodificar la acción que se presenta.
El cerebro necesita identificar qué clase y de dónde proviene el peligro, pero  mientras esto no ocurre mantendrá el cuerpo en estado de máxima  alerta y,  como el susto siempre viene por sorpresa, en un principio el cerebro no será capaz de identificar la  naturaleza del estímulo y hasta que esto pase por medio de la visión y la identificación de imágenes, lo cual se produce  en un cortísimo espacio de tiempo, no seremos capaces de recuperar la tranquilidad y el equilibrio fisiológico y psicológico;  en consecuencia se liberará la ACTH y nos estresaremos. Al asustarnos, la recuperación muscular se produce de una manera rápida, pero la fisiológica tarda más tiempo, y eso lo notamos en el aumento de la frecuencia cardíaca y, en consecuencia, del flujo sanguíneo y los latidos del corazón. En casos exagerados, denominamos estas reacciones como hyperexplexia.
Cuando  notamos  que un estímulo externo puede afectar a nuestra seguridad, se ponen en marcha nuestras alarmas fisiológicas. Si el cerebro percibe un peligro potencial, activa ciertas zonas como el sistema límbico. El hipotálamo da la información a la hipófisis o glándula pituitaria para que sea liberada la hormona ACTH (la hormona del estrés) y ésta estimula la liberación de cortisol, que es la hormona que prepara el organismo para la reacción del miedo.
El hipotálamo transmite la amenaza a la amígdala, ésta  coordina las reacciones psicológicas y fisiológicas, y la corteza cerebral conecta la memoria. El pelo se eriza (“piel de gallina”), la piel empalidece, pues la sangre se retira de esa zona, y  la sudoración aumenta. Las pupilas se dilatan y el nervio óptico envía el aviso al tálamo. El tálamo envía las sensaciones de miedo a la corteza cerebral, el hipotálamo induce la síntesis de ACTH y de los neurotransmisores. La hipófisis estimula la secreción de las glándulas  suprarrenales. Los bronquios se expanden, los músculos de los brazos se tensan y el corazón se acelera.
El hígado refuerza sus niveles de azúcar y el páncreas reduce su producción de insulina. Las glándulas suprarrenales liberan la hormona del estrés, la ACTH. El intestino se contrae provocando en muchos casos la defecación. Los músculos de las piernas se tensan, y los órganos sexuales dejan de producir hormonas. (1)
Cuando nos asustamos, también se fomentada la sensación de miedo, pero con la diferencia de que no vemos de dónde viene el estímulo, y tampoco lo identificamos en el momento de la acción, así  que la primera respuesta que nuestro cerebro experimenta es la del colapso. Las personas que entrenan físicamente presentan una mejor respuesta frente a este tipo de estímulos, pues con la práctica de la actividad física son  estimulados varios  neurotransmisores que  sirven para inhibir la liberación del cortisol (hormona del estrés), por ese motivo estas personas normalmente presentan un comportamiento más favorable frente a tal estímulo.       



1. El ejercicio físico y el estrés ocasionado por el miedo

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