La asociación entre bajos niveles de actividad física y la resistencia insulínica con resultado de hiperinsulinemia es el vínculo entre la obesidad (en particular con predominio de depósito adiposo abdominal e intramuscular) con la hipertensión, la hiperlipidemia, la diabetes tipo 2 y la enfermedad coronaria. En presencia de obesidad, la inactividad física constituye un factor de riesgo independiente que predispone a enfermedades cardiovasculares y a otra serie de alteraciones metabólicas y osteomusculares. La combinación de dieta y ejercicio físico acelera o aumenta la pérdida de grasa, mantiene o aumenta la masa magra y desacelera la disminución de la (TMB) tasa metabólica basal, de manera más eficiente que la restricción energética de la dieta de manera aislada.
Muchas corrientes de estudios tienen diferentes puntos de vista con relación a las mejorías que proporciona la actividad física. Algunas literaturas defienden que para lograr beneficios con el ejercicio físico, se debe antes mejorar la condición física del sujeto, mientras que el gasto de energía por actividad permite: acercarse al logro del balance energético, la disminución de la presión tanto sistólica como diastólica en los individuos hipertensos, normaliza los lípidos sanguíneos aumentando las (HDL) lipoproteínas de alta intensidad y disminuyendo los triglicéridos en las personas con valores altos y una mejoría significativa de sensibilidad a la insulina.
Se considera el envejecimiento como “un proceso deletéreo, progresivo, natural y universal que acontece en todo ser vivo con el tiempo, como expresión de la interacción entre el programa genético del individuo y su medio ambiente”. Podemos entender cómo se producen cambios de grado multisistémico, los cuales se ven representados en cada uno de los sistemas corporales y evidenciados en deficiencias en las distintas clases del movimiento. Con la actividad física se obtienen algunos beneficios que evitan que el proceso de envejecimiento deteriore la condición funcional de la persona evitando su aislamiento social y mejorando su calidad de vida.
Un interesante estudio publicado en la revista “Archives of Internal Medicine” comprobó que el sedentarismo acelera el proceso de envejecimiento de tal manera que las personas estudiadas que realizaban actividad física resultaban ser, biológicamente hablando, diez años más jóvenes que las sedentarias. Una vida sedentaria aumenta la posibilidad de padecer enfermedades asociadas al envejecimiento y a la muerte prematura.
Al analizar los efectos del sedentarismo sobre el envejecimiento celular y cómo estos efectos pueden ser prevenidos a través de un estilo de vida activo, se ha comprobado que la inactividad influye en el proceso de envejecimiento de una manera directa, además de disminuir la expectativa de vida por la predisposición a padecer enfermedades relacionadas con la edad.
En el análisis de los telómeros: porciones de ADN que se encuentran en los extremos de los cromosomas y que se acortan cada vez que la célula se divide, cada año que pasa los cromosomas pierden en promedio 21 de las unidades que conforman los telómeros, pero cuando estos se vuelven extremadamente cortos, la célula que los alberga pierde la capacidad de dividirse. Llevar una vida físicamente activa o por lo contrario sedentaria, tiene efectos sobre la edad biológica de las células.
En el estudio anteriormente citado, ha sido comparado el largo de los telómeros de 2400 mellizos voluntarios, según la cantidad de actividad física que realizaban en su tiempo libre. Dividieron a los 2400 mellizos según su nivel de actividad física semanal en cuatro grupos:
inactivos (16 minutos de actividad física a la semana)
poco activos (36 minutos)
moderadamente activos (102 minutos)
muy activos (199 minutos)
El descubrimiento fue que las mujeres y los hombres que eran menos activos físicamente tenían telómeros más cortos que sus pares, independientemente de la edad. Los sujetos más activos tenían telómeros igual de largos que individuos sedentarios de hasta diez años más jóvenes en equivalencia. Esta diferencia sugiere que los individuos inactivos quizás sean diez años más viejos biológicamente que los sujetos más activos.
También la obesidad y el tabaquismo acortan los telómeros en cantidades equivalentes a diez años.
El largo de los telómeros de los glóbulos blancos es menor en enfermedades que se asocian con un estrés oxidativo, como la enfermedad coronaria arterial, la diabetes mellitus, la insuficiencia cardíaca y la osteoporosis, y es un pronosticador del infarto del miocardio temprano. El largo mayor de los telómeros observado en los mellizos más activos se debe a que la actividad física disminuye el impacto del estrés oxidativo sobre las células. Es decir, practicar actividad física protegerá las células de la acción de los radicales libres que aceleran el envejecimiento. Es muy probable que la relación entre la actividad física y el largo de los telómeros esté mediada en parte por una reducción de los niveles de estrés psicológico inducido por el ejercicio físico.
Es importante practicar actividad física con regularidad, pues retarda el envejecimiento y disminuye el riesgo de padecer enfermedades asociadas a la edad. En cuanto a la cantidad de ejercicio necesario para lograr los beneficios citados, se recomienda realizar por lo menos treinta minutos de actividad física moderada, al menos cinco días por semana. Los resultados serán significativos.
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