martes, 3 de julio de 2012

LA OBESIDAD EN LOS NIÑOS


La obesidad es un gran problema de salud. La idea de que la grasa en los niños es sinónimo de salud o de que con la edad se les reducirá el peso es totalmente irreal, además de carecer de sentido común. Es importante que desde los primeros meses de vida los niños adquieran buenas costumbres alimenticias. En un 50 % de los casos, la edad de aparición de la obesidad se produce antes de los dos años; los demás casos se observan en épocas de mayor crecimiento, como la pubertad y la adolescencia.
La obesidad está asociada a más de 300 mil muertes al año. Un 80 % de los adolescentes obesos seguirán siéndolo en la edad adulta, menos de un 5 % de los adultos que pierden peso son capaces de mantenerse en su peso ideal durante cinco años después del tratamiento y  un 6 % recupera el peso perdido en los primeros seis a doce meses. La obesidad contribuye entre otras causas a aumentar la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, y a la aparición de la diabetes mellitus, de alteraciones esqueléticas, hipertensión arterial, hipercolesterolemia, e inadaptación psicosocial.
La palabra obesidad viene del latín, “obesus” que quiere decir “persona que tiene grasa en abundancia”. Ésta se caracteriza por la acumulación  y almacenamiento excesivo de grasa, principalmente en el tejido adiposo. Se manifiesta por un aumento de peso por encima del 20 % del peso ideal esperado por la edad, altura o sexo. No es una manera exacta para calcular el peso, pero es práctica. Se utiliza  de los dos años de edad hasta los cinco. Se hace multiplicando la edad en años por dos más ocho (niño de tres años: 3 x 2 + 8 = 14kg). Al analizar la obesidad en niños y adolescentes, siempre debemos hacer  las comparaciones  de una manera meticulosa. En la mayor parte de los casos, las personas involucradas, padres y niño están más preocupados con los problemas  sociales que esta enfermedad origina, que por las alteraciones y desórdenes metabólicos que  puede ocasionar.
Una complicada interacción entre factores genéticos, psicológicos, ambientales, y socioeconómicos es el resultado de la obesidad en la infancia y en la adolescencia.  El ambiente en que se desarrollan y el estado de salud juegan un importante papel en el origen de la obesidad. Algunos factores  facilitan  que un niño se convierta en un obeso: padres gordos e inadecuados hábitos de alimentación en familia. Con mayor frecuencia ocurre cuando  la madre es obesa por el motivo de pasar mayor parte del tiempo con el niño.  Actitudes sedentarias como comer golosinas en frente al televisor, en el coche, etc.
El mito de que el lactante obeso es sinónimo de salud es de todo falso. Inicialmente el aumento de peso es paulatino y  progresivo, sus padres se alegran de ver su hijo sano, acto seguido  rechoncho y por último gordo cuando ya sobrepasó el 20 por ciento de su peso ideal.
Cuando la madre alimenta el niño respondiendo a demandas que no son nutricionales, como  ternura, enfado o  miedo, el niño no podrá diferenciar lo que es el hambre de estar molesto. Eso provocará una sobrealimentación.
En el caso de padres que son obesos, estos deben modificar los hábitos nutricionales de la familia, y deben vigilar muy de cerca la alimentación de sus hijos.
Alimentar a los niños adecuadamente desde su nacimiento y durante los primeros años de vida, es la mejor manera de impedir  la obesidad en la niñez. Desde los primeros años de vida: se identifican los sabores, se conocen los alimentos, sus texturas, se adquieren los hábitos de alimentación, se marcan los gustos y las preferencias por los alimentos.
Si sospecha que su hijo padece de sobrepeso, debe consultar al médico lo más rápido posible. En el caso de que sea así, se pueden plantear algunos cambios desde el sentido común: cambiar los hábitos  alimentarios del niño y de la familia,  proporcionarle una dieta adecuada para su etapa de crecimiento y desarrollo, practicar ejercicio y actividad física de una manera rutinaria, la participación activa de los padres y la familia.
El hábito de hacer ejercicio  contribuye al gasto energético y favorece la bajada de peso. Si el niño o adolescente se encuentran en esta situación, la actividad física es condición fundamental para su recuperación. Se recomienda que estas actividades sean desarrolladas con profesionales especializados y de preferencia  junto al entorno familiar, con una frecuencia de 3 a 5 días por semana. Inicialmente con una duración de 15 minutos e incrementando hasta 1 hora. Actividades como la natación, el ciclismo o spinning, clases de gimnasia, etc. O algún deporte que le interese al niño como el básquet, el fútbol, patinar, etc. Cualquiera que sea la actividad, ésta debe ser aplicada por el profesional de una manera controlada. La actividad física diaria en casa también es de suma importancia: utilizar las escaleras a cambio del ascensor, disminuir las actividades sedentarias como ver televisión, el ordenador, el videojuego. No regalar  juguetes que  limiten el ejercicio como las motos eléctricas, coches eléctricos o aquellos juguetes que no proporcionen la movilidad oportuna. Es interesante estimular el movimiento desde las primeras edades.  
La participación de los padres es fundamental. Es muy importante modificar las costumbres alimenticias de toda la familia, evitar la compra de alimentos que el niño no deba consumir, ofrecerle porciones pequeñas y de preferencia utilizar platos pequeños, predicar con el ejemplo y mantener los alimentos fuera del radio de visión de los peques.
Premiar a los niños con pasteles, dulces, chocolatinas, helados, golosinas, es una manera de condicionar indirectamente  a este niño a la obesidad. En la construcción de buenos hábitos, se destacan estar junto al niño hasta que termine de comer, poner límites y compartir los alimentos en familia. A partir de la edad escolar es importante hacer que el crío se responsabilice de las recomendaciones de la dieta prescrita por los profesionales, pero siempre bajo la supervisión de los padres.








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