En una de mis clases de Neurofisiología un alumno me planteó una
interesante pregunta sobre el funcionamiento de los sentidos. Es este un tema
muy sugestivo que nos permite adentrarnos en el genial funcionamiento de nuestro cerebro. Son pocos los individuos que carecen
de alguno de ellos y, de una manera general, la mayor parte de las personas
poseen los cinco sentidos. Disfrutamos de ellos y los utilizamos desde que
nacemos, por este motivo es interesante conocer un poco acerca de su
funcionamiento. En este artículo hablaré solamente sobre dos de ellos: el gusto
y el olfato.
El sentido del gusto ha sido durante mucho tiempo un misterio para
muchos científicos. Fue el milagro del microscopio el que finalmente permitió
examinar la lengua con mucho más detalle. Tras su estudio se encontraron varias regiones sensoriales que
son las papilas y que están dispersas por toda su superficie. Estas papilas son denominadas caliciformes,
foliadas y fungiformes. Cada una tiene un bulbo gustativo sensible a uno de
los cuatro gustos básicos; dulce, ácido,
salado y amargo.
Las papilas caliciformes se agrupan en forma de V en la porción
posterior de la lengua. Son responsables de los gustos amargo y ácido presentes
en muchos alimentos.
Las papilas foliadas están en ambos lados de la lengua, sobre las
papilas caliciformes. Son sensibles al carácter amargo de la comida.
Las fungiformes son las más abundantes. Cubren la punta de la lengua y
sus bordes externos. Estas papilas son responsables de los sabores dulces y
salados distintivos de muchos alimentos.
Las papilas mencionadas contienen lo que se conoce como bulbos
gustativos primarios. Es importante saber que hay numerosos bulbos gustativos
en la boca y garganta, pero estos ayudan a los bulbos principales a determinar
cada sabor particular. Para poder comprender cómo funciona el sentido del gusto
debemos examinar el bulbo gustativo. El bulbo lo forman varias células. Las
células de cada bulbo se regeneran por uno de los tres nervios craneales cada
diez a catorce días. Algunas células funcionan como receptores responsables de
enviar información química de las sustancias de la boca al cerebro.
Cada célula tiene una forma única. La química específica del alimento
debe coincidir con la forma del receptor para enviar una señal al cerebro.
Este es el llamado “principio de cerradura y llave”. La señal de la célula
receptora viajará desde el nervio hasta uno de los tres nervios craneales y atravesará
el sistema nervioso central donde las regiones del encéfalo descifrarán la
información química obteniendo un gusto concreto.
Es importante indicar que el sentido del olfato y de la vista cooperan
para intensificar ese sentido conocido como el gusto.
En el pasado, el sentido del olfato era un misterio para muchos
científicos. ¿Cómo distingue el cuerpo humano entre el aroma de unas galletas
al horno y el olor posiblemente peligroso de algo que se está quemando? Preguntas como esta han llevado a los
científicos a descubrir que son las moléculas aéreas las que producen los
olores.
Cuando olemos para distinguir un olor particular, las moléculas emitidas
por la sustancia viajan por el aire. El tamaño de las moléculas influye en el
alcance del olor. Las moléculas más ligeras llegarán más lejos: esto se llama volatilidad. Cuando las moléculas entran
en la nariz, viajan por una pequeña zona de tejido denominada membrana
olfatoria.
La membrana olfatoria es muy pequeña y está en la parte superior de la
cavidad nasal. Está compuesta de tejido amarillo grisáceo y cubierta de gruesa
mucosa. En la membrana hay numerosas células receptoras consideradas
prolongaciones del propio cerebro. Se supone que cada célula receptora es
sensible a la dimensión de cada molécula en particular. Un impulso nervioso
será creado siempre que ocurra la asociación entre la molécula y la célula receptora. El impulso irá al cerebro a través de un hueso delgado de la frente
llamado Lámina Cribiforme. Bajo esta lámina están los bulbos olfatorios
donde el impulso nervioso tendrá su primera conexión con el cerebro. En el
bulbo olfatorio hay estructuras llamadas glomérulos cuya función es distribuir
los impulsos nerviosos convergentes de forma ordenada al cerebro. En el cerebro
los impulsos se distribuyen a distintas áreas para su interpretación y percepción
del olor.
Ha sido descubierto que el cerebro humano puede identificar miles de
olores distintos. Se puede afirmar que el sentido del olfato es una de las
virtudes más importantes del cuerpo humano.
De las principales partes del cerebro involucradas con el olfato y el
gusto, podemos encontrar: el Hipotálamo,
que es un pequeño e importante acúmulo de neuronas en la base del cerebro. Es
responsable de muchas funciones corporales, de entre ellas, la sed y el hambre. También controla el sistema endocrino regulando
la actividad de la glándula pituitaria y juega un importante papel en las
emociones de miedo y placer. El
lóbulo parietal está en la parte media-superior del cerebro. Es el área
encargada de recibir las sensaciones
y la información sobre la orientación espacial. El lóbulo temporal está situado
cerca de la zona de la sien. Contiene
los centros de la audición, el olfato
y la memoria. El lóbulo frontal es la porción anterior del cerebro,
situado justo bajo la frente. Es el responsable de la coordinación motora
voluntaria. Contiene los centros para el control de todos los músculos y de los
movimientos coordinados y rítmicos de la cabeza y garganta, como la ensalivación, masticación y deglución.
Por ese motivo muchas veces sentimos un inmenso placer cuando comemos según
qué comida o cuando consumimos alguna bebida que nos gusta. Nuestro paladar
está en estrecha conexión con las zonas
del placer del cerebro, pero también se conecta con otras zonas. A cuántos de
nosotros nos ha pasado que sin haber probado un alimento ya decimos que no nos
gusta. Hay casos de personas que sienten verdadera repulsa sólo con mirar según
qué tipo de alimentos. Lo curioso es que estos mismos alimentos pueden resultar
deliciosos para otras personas. Tanto en un caso como en el otro, la visión y el olfato están directamente involucrados, mucho más que
el gusto. El cerebro asocia la visión, el olfato y la buena o mala experiencia
con dicho alimento, y crea una situación con la que viviremos hasta el momento en
que realmente necesitemos ese alimento.
En las circunstancias difíciles de hambruna donde la única opción será el
alimento que en un principio repudiábamos, el cerebro pasará a reconocerlo como
un verdadero manjar.
De otra parte, los olores de los alimentos que nos gustan estimulan directamente al hipotálamo y nos hacen abrir
el apetito y disfrutar del momento. ¿Qué hay del olor del pan recién hecho por
la mañana, o del olor del chocolate en
forma líquida y caliente en el invierno, o el de la comida de la abuela? ¿Qué
hay de oler un buen vino y sacar todos sus matices? Son olores que estimulan el
cerebro en las zonas del placer. Siempre que vivimos esta clase de sensación,
repetimos una y otra vez:”estas son las cosas de la vida que no tienen precio”.
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