martes, 5 de marzo de 2013

EL ESTRÉS SIN MOTIVO


En nuestras vidas muchas veces perdemos un precioso tiempo con cosas negativas que no nos llevan a ninguna parte. En las innúmeras adversidades por las que pasamos, ocurren cosas que no  esperamos y que casi siempre huyen de nuestro control. Es entonces cuando nos enfadamos y, en gran parte de los casos, nos estresamos, siendo que muchas personas  guardan este enfado dentro de sí. Comenzamos a dar vueltas sobre el tema y, casi siempre, de una manera negativa y colérica; y cuando nos damos cuenta, estamos días, semanas, meses pensando en dicho problema con un monumental enfado sin encontrar ninguna solución y, lo más importante, dejando de vivir tranquilo y saludablemente. Cuanto más pensamos sobre lo que nos ha pasado más nos enfadamos y, en este momento, damos paso a la indignación,  haciendo que ese enfado llegue a niveles desmesurados. En estos momentos perdemos nuestra concentración, nuestro equilibrio, nuestra cordura y hasta el sentido común. El estrés es muy perjudicial para nuestro cuerpo y para nuestras vidas, y en particular esa clase de estrés nos hace mucho daño.
El estrés es parte de la naturaleza humana desde los tiempos de nuestros antepasados, pues es una de las maneras que el cuerpo tiene de afrontar un peligro preparándose para la lucha o la huida. En los días de hoy, ante un inminente  peligro, las reacciones inesperadas que tenemos y que son producto del estrés podría salvarnos la vida.
No obstante, el gran problema surge cuando generamos el estrés ante situaciones de poca importancia, o en aquellas situaciones en que no se requiere ni la lucha ni la huida y donde la solución de un determinado problema no depende de nosotros. Nuestro cuerpo se prepara para una situación de emergencia que no ocurre y, cuando eso pasa, el cerebro envía las órdenes de la misma manera  para provocar la liberación de las hormonas responsables del estrés, la ACTH. Estas hormonas  hacen que  aumente el flujo sanguíneo  transportando así  más oxigeno, que se incremente el tono muscular y que estemos más alertas ante cualquier estímulo. El corazón se dispara, los músculos se tensan, la presión arterial sube pudiendo llegar a niveles muy altos, los niveles de adrenalina aumentan considerablemente. Con el objetivo de afrontar la presunta amenaza nuestro cuerpo experimenta  estos cambios metabólicos dirigidos a aumentar la fuerza y la energía, pero si dicha amenaza no existe nuestro cuerpo sufre de una manera descomunal,  pues al no utilizarlas deben ser extravasadas de alguna manera. Como eso no es posible en esta clase de situación, esa energía no gastada se acumula en forma de tensión muscular, y las consecuencias son: presión alta, taquicardias, dolor de cabeza, contracturas, dolor de espalda, falta de concentración, etc.  
Con la llegada de la noche, al parar para reflexionar sobre todo el día, deparamos  en todas las situaciones incómodas que hemos experimentado y muchas veces el balance es negativo, la balanza se inclina hacia nuestra falta de paciencia con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos. Al padecer una situación de estrés, independiente de la manera en que se nos presente, la hormona del estrés, cuando es liberada,  se encarga de bloquear gran parte de las demás hormonas responsables del bienestar como la oxitocina, la serotonina, la endorfina y  la dopamina, y cuando el cuerpo está libre de estrés, pasa lo contrario. Por ello  es importante que no perdamos el tiempo con cosas innecesarias o problemas absurdos. Es importante que veamos la vida de una manera más  fácil.
De otra parte, es fundamental que aprendamos a defendernos. En el caso de las personas que sepan que padecen estrés o de aquellas que trabajen o vivan en entornos estresantes, más que mantener la calma en las situaciones límite, es fundamental equilibrar el metabolismo mediante actividad física, con énfasis en  las actividades aeróbicas: correr, clases dirigidas donde exista la música (la música y el movimiento juntos son dos importantes elementos para combatir el estrés), clases de spinning, la natación, etc. Los trabajos aeróbicos proporcionan interesantes mecanismos para el control del estrés pues, al elevar la frecuencia cardiaca de manera controlada,  se altera el metabolismo de una forma muy significativa haciendo que el cuerpo elimine toxinas, que disminuya el nivel de cortisol  y que aumente el de serotonina, endorfinas, oxitocina, dopamina, etc. Al tener controlados los niveles de cortisol y con el incremento del flujo sanguíneo hacia el cerebro, la actividad cerebral aumentará, luego el rendimiento intelectual también se intensificará. De otra parte, la alimentación sana proporcionará un mejor funcionamiento de los órganos internos y del flujo sanguíneo, facilitando así la liberación de las toxinas  estimulada por el ejercicio físico.

Normalmente las personas que practican actividad física mantienen una dieta sana y, por estos motivos, de una manera general son más tranquilas y padecen menos estrés. Independiente de las costumbres que uno desarrolle a lo largo de su vida, es fundamental que no nos dejemos atrapar por los malos pensamientos, deseos de venganza o resentimientos de cosas injustas que pasan en nuestras vidas. Es un reto difícil de poner en práctica, pero no imposible y además, ¿de qué nos sirve este tipo de situaciones donde por algo malo que nos ha sucedido  dejamos reinar el enfado y a la vez no podemos hacer nada para solucionar el problema?
En la vida es necesario buscar las soluciones a los problemas que tenemos, al mismo tiempo que debemos tomar decisiones sobre lo que es mejor para nosotros. Estas decisiones deben ser tomadas con la cabeza fría y no debemos dejar que un mal estado anímico se apodere de nuestras resoluciones. Todos podemos y debemos enfadarnos en dado momento de nuestras vidas, pero por un corto espacio de tiempo. Enfadarse es una característica humana, pero vivir dentro del enfado no; además de ser muy perjudicial para la salud, es un desencadenante del estrés.


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