Por fortuna, en todo el mundo hay una gran cantidad de niños que
empiezan a practicar deporte desde las primeras edades, pero desafortunadamente
vemos cómo muchos padres se dejan llevar por la pasión por el deporte que
practican sus hijos y se comportan de una manera totalmente irresponsable desde
un punto de vista deportivo y, sobretodo, educativo. Es muy normal que los
padres acompañen a sus hijos a los entrenamientos o a los partidos, en el caso
de los deportes de balón, pero lo que no es normal es verlos discutiendo con
los entrenadores sobre la mejor táctica para determinado partido, o peor aún,
echando monumentales broncas a sus hijos por no haber hecho una buena jugada o
un buen partido, o por alguna otra cosa desde su inexperto y fanático punto de vista. Respecto al fútbol en concreto, recuerdo la época en la que fui médico de un equipo de
una ciudad de la
Comunidad Valenciana , en España: el fanatismo por parte de
todas las personas involucradas era tremendo, y no me refiero solo a la afición.
Algunos deportes despiertan verdaderas pasiones, pero ese tema lo dejaremos
para que los antropólogos lo estudien; lo que es verdaderamente preocupante es
que se ha perdido el norte, y parece ser
que la preocupación de algunos padres no es la formación moral y deportiva de
sus hijos, que debería estar basada en
el respeto, la disciplina, la
responsabilidad, la bondad, el amor por el deporte que practican y el
desarrollo del espíritu deportivo (el que
por cierto dura toda la vida, os lo puedo asegurar).
Observando desde fuera, la
sensación que me daba es que la preocupación de algunos padres se centraba en
la victoria en los partidos, pero no en la del equipo, sino en la victoria
personal de sus hijos; en definitiva, la gran preocupación era que sus pequeños
hiciesen un buen partido y destacasen frente a los demás. Es importante recordar
que el cuidado del rendimiento de los atletas debe ser tarea de los
entrenadores, y es realmente inverosímil ver, en las categorías inferiores, el
tamaño estrés al que están sometidos estos pobres niños, principalmente por
parte de sus padres. Por parte del entrenador, las exigencias a los niños terminan
con el fin del entrenamiento o del partido, pero los padres trasladan estas exigencias más allá. He conocido
muchos casos en los que los padres, después del partido del domingo por la
mañana, hacían entrenar a sus hijos la corrección de los errores de ese partido
por la tarde, y me contaban que se tiraban horas dando patadas al balón. Estoy
hablando de niños de 6 o 7 años de edad.
En aquella época de mi vida en la que trabajaba para el fútbol, atendía en mi consulta a jugadores de todas
las categorías, y lo que más me llamaba la atención era que, la mayor incidencia de casos de pubalgias
(inflamación en el pubis que se da a acciones repetidas de los tendones
involucrados; en el caso de los futbolistas, ocurre con mayor frecuencia en los
abductores) se daba en niños de entre 7 y 10 años, y en cantidades alarmantes.
Al hablar con los entrenadores sobre el tema, me decían que las cargas de
entrenamiento eran las normales para los niños de esa edad; lo que
efectivamente era cierto, pues que fui testigo de unos cuantos entrenamientos.
Al hablar con los padres, nos hemos dado cuenta de que la carga de
entrenamiento de los niños afectados extrapolaba lo normal pues, por exigencia de éstos, los
niños seguían entrenando durante muchas horas aparte de los entrenamientos en
grupo. Además de que su alimentación no era la adecuada para el gasto
energético que tenía, de ahí la procedencia de la inflamación que padecían.
La pregunta que les planteé fue: ¿Qué necesidad hay de que estos niños
pasen por estas situaciones límite a tan
corta edad?
Es interesante fomentar el deporte en los niños desde las primeras
edades, pero sobre todo, y lo más importante, es que ellos se diviertan. Aprender con la diversión es más
sano y mucho más efectivo que con la imposición. Al mismo tiempo que el deporte
es una incomparable herramienta para desenvolver
la inteligencia de los niños, si es mal aplicado, también es capaz de
bloquearles a niveles inimaginables. Por este motivo, las personas más
importantes para un niño de esta edad,
que son los padres, deben fomentar en ellos las buenas prácticas y darles la
oportunidad de elegir el deporte que más les guste.
Los elevados grados de presión y estrés en las primeras edades deportivas
no son positivos. Tampoco es positivo ver a padres desequilibrados insultando a
árbitros y gritando negativamente con el fin de reprender a sus hijos al
final del partido. Las acciones de los padres se les quedarán grabadas a los pequeños de
por vida, ya sean buenas o malas, sobre todo debido a la activación de la
proteína PKMZ, que permite la creación
de nuevos recuerdos y su transformación en recuerdos a largo plazo. Muchas
veces los niños, al ganar un poco más de edad, dejan de practicar el deporte
impuesto por sus padres, o cambian de actividad debido a la mala
influencia de sus progenitores en determinado momento de sus vidas. Hay una
tremenda cantidad de casos de niños a los que no les gusta practicar un deporte,
pero lo hacen por la imposición de sus padres. Y a lo mejor, ocurre que estos
niños son regulares en el fútbol, pero podrían ser estupendos atletas del tenis,
o fantásticos gimnastas, o nadadores; o quizá el deporte no sea lo suyo, pero
no tienen la oportunidad de elegir por la terquedad de sus padres.
Un padre o una madre nunca deben trasladar su pasión o su frustración a
su hijo. Dar la mejor educación no siempre es seguir un camino recto; a veces
hemos de enseñarles que la vida está compuesta de varios caminos, y que es
fundamental saber elegir el que nos traiga más felicidad y realizaciones, pero
es esencial dejar que ellos elijan su deporte. Es importante enseñarles que
nunca podemos olvidar que hay que luchar a cada momento para conseguir el
derecho a ser el vencedor, y que la derrota es parte de ese proceso. Y si les
enseñamos a hacerlo con alegría y disfrutando de cada minuto, la lucha estará motivada
y más bien será una diversión.
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