Todos los días encontramos una tremenda cantidad de casos de personas que se proponen perder peso, justo después de las fiestas o de haberse pegado unas vacaciones de órdago donde la inactividad y los excesos imperaban las 24horas del día. Una vez de vuelta a la realidad, estas mismas personas se dan cuenta de las consecuencias de dicha inactividad, y mirándose al espejo notan que se han producido algunos cambios en su figura. No les gusta lo que ven, y toman la actitud de recuperar la línea que tenían antes de que se produjera tan estrepitoso cambio. Sin pensar, dejan de comer no preocupándose por las consecuencias de este hecho. En anteriores artículos he hablado justamente sobre los problemas que conllevan acciones de este tipo.
¿Por qué no se plantean en buscar ayuda y empezar un buen programa de actividad física y de alimentación?
Muchas de esas personas dicen que no tienen paciencia de seguir un programa de entrenamiento, otras comentan que no aguantan hacer ejercicios, otras que no soportan practicar actividad física y que tampoco les gusta sudar. En otros casos atribuyen su inactividad a la falta de tiempo, pero lo cierto es que en cualquier de estas situaciones, la pereza se hace presente. Cuando uno quiere, uno saca tiempo y ganas de donde haga falta.
Muchas veces nos acomodamos en las situaciones que desarrollamos por osmosis y actuamos fuera de la lógica y del sentido común, todo ello con el objetivo de gastar lo mínimo de energía posible y de hacer la vida más descansada.
¿Pereza o comodidad?
Que sea una cosa o la otra, el cuerpo está concebido para moverse, pero en muchos casos los seres humanos nos olvidamos de la existencia de esta realidad y hacemos exactamente lo contrario. En muchas circunstancias comunes, no somos conscientes de los peligros que entrañan varias de las acciones que ejecutamos a lo largo del día. Como un ejemplo, sujetar el teléfono con los hombros: hablar por teléfono practicando una mala postura con el cuello, subir el trapecio equilibrando el aparato en el hombro puede ocasionarnos graves problemas, y por increíble que pueda parecer es una situación frecuente que todas las personas ven como normal. Si preguntamos a cualquier persona que tenga esta costumbre, nos contestaría: “a veces tenemos que apuntar algo que nos comentan por teléfono y no nos queda otra que utilizar esa postura.”
¡Menuda excusa y tremendo error!
Está comprobado que una acción como esta es peligrosa, además de que puede llegar a ser letal. En una publicación científica del diario médico británico “Neurology”, cuenta que un psiquiatra francés estuvo durante una hora hablando con el teléfono entre la cabeza y el hombro izquierdo. Al colgar la llamada, sufrió una ceguera temporal acompañado de dificultad en el habla, y acto seguido se le produjo un derramen cerebral.
Eso puede ocurrir, pues el individuo al utilizar esa posición para hablar por teléfono, sin darse cuenta va presionando cada vez más la cabeza hacia abajo y a la vez subiendo el hombro de una manera involuntaria. Esa presión hace que un minúsculo hueso, a la vez puntiagudo situado debajo de la oreja izquierda y detrás de la mandíbula, vaya rompiendo los vasos sanguíneos que conducen la sangre hasta el cerebro. Este huesito puntiagudo se llama “Apófisis Estiloide” y debe estar en una situación cómoda dentro de la circunferencia de su ubicación. Hablar por teléfono de esa manera es una práctica muy común en las oficinas, pues con el objetivo de minimizar el tiempo, las personas intentan hacer tres cosas a la vez sin preocuparse por su salud.
¿Dónde termina la comodidad y dónde empieza la pereza?
Una interesante investigación llevada a cabo por la Universidad de McMaster (Canadá), concluyó que la pereza es ocasionada por la pérdida de dos genes. En este estudio co-dirigido por el científico Gregory Steinberg (Profesor Asociado del Departamento de Medicina de la Universidad de McMaster), trabajaron con ratones que no tenían dos de los genes que controlaban la actividad de la proteína AMPK. Ésta se pone en marcha cuando hacemos ejercicios y una de sus actividades es auxiliar el aumento del consumo de azúcar y de oxígeno en los músculos. Explica el científico que a los ratones les gusta correr, pero mientras los ratones normales corrían ingentes cantidades de kilómetros, los que habían perdido estos genes hacían carreras cortísimas. Su apariencia era sana al igual que los demás. Al carecer de dicho genes, estos animales tendrán un menor nivel de mitocondrias (la central energética de las células) y eso hace que sus músculos tengan mayor dificultad en absorber la glucosa mientras se ejercitan. Cuando practicamos actividad física y hacemos ejercicios con regularidad, los niveles de mitocondrias en los músculos suben significativamente y si la situación es inversa pasa lo mismo, pero al revés, y la concentración de este componente se reduce. La enzima AMPK es la que controla esta producción. Si disminuimos la actividad física, reduciremos los niveles de mitocondrias en nuestros músculos y haremos que nos cueste cada vez más hacer ejercicios.
Por ese motivo cuando nos vamos de vacaciones y nos quedamos en la inactividad de ejercicios físicos, algunas veces nos cuesta volver a nuestro ritmo normal de vida dentro de la actividad física, pero eso nos pasa a todos los que practicamos ejercicio y más aún a los que no lo practican. A las personas a las que me refería al principio de este artículo, un cambio de actitud no les vendría nada mal para su salud.
A veces nos acomodamos en las situaciones que desarrollamos de manera inconsciente y actuamos fuera de la lógica y del sentido común, todo ello con el objetivo de gastar el mínimo de energía posible.
¿Pereza o comodidad?
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